Profesor Fernando Leiva Valenzuela,
Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación.
(Publicado por Revista Comunión, del obispado de San Felipe, Junio - Julio 2007)
Hay varios estudios, que en general, coinciden en señalar que un 90% de los escolares en nuestro país cree que hay violencia psicológica en los colegios y más del 80% considera que esta violencia es física. Los mismos estudios determinan también que sólo el 15% de los niños y jóvenes les comentan a sus padres de estos hechos, aún cuando muchas veces son víctimas de ésta violencia.
Las cifras son francamente alarmantes y debemos considerar que se trata de diversas formas de violencia: psicológica, física, social; en la escuela, fuera de la escuela, en la sala de clase; hostigamientos a ciertos alumnos (bullying), el matonismo, y las combinaciones de todas ellas.
Algunas de estas formas de violencia se están conociendo ya a nivel de los medios de comunicación, como el bullying que se produce cuando un(a) alumno o un grupo – más fuerte-, intimida y maltrata, en forma repetida y a lo largo del tiempo, a un compañero(a) que es más débil y está indefenso. Fue el caso tan lamentable de la alumna Pamela Pizarro que al parecer se suicidó producto de de un acoso constante de sus compañeras.
¿Qué se está haciendo en nuestro país para evitar estas prácticas? Muy poco, la verdad, y se necesita con mucha urgencia desarrollar planes escolares para ser aplicados en aquellas escuelas con más riesgo en este tema.
El problema se hace más difícil cuando vemos que los profesores y las autoridades escolares pareciera que no toman las medidas adecuadas para detectar y tratar esta violencia. Por otro lado los padres de niños violentos casi nunca reconocen que sus hijos pertenezcan a estos grupos. Y los propios niños víctimas, por vergüenza o temores, no cuentan sus dramas.
Normalmente las respuestas que escuchamos de los profesores se refiere a que los aprendizajes sociales tienen sus propios ritmos, códigos y formas de desarrollo y que los problemas que surgen normalmente son resuelto por ellos mismos.
En nuestro país cuatro de cada diez niños y niñas declaran haber sido víctimas de algún tipo de violencia que les afecta necesariamente en los aprendizajes y la escuela es mirada entonces como un lugar de conflictos al que acuden con temores y desagrado.
¿Por qué prevenir la violencia en las escuelas? Porque la calidad de la convivencia escolar influye directamente en los logros académicos y en el desarrollo integral de los estudiantes. Porque la escuela es un ámbito de intervención privilegiado para la socialización y formación de valores sociales, y para prevenir que los niños y jóvenes sean víctimas o autores de un amplio rango de conductas negativas, ahora y en el futuro.
¿Cómo y quién debiera propiciar mejores climas de convivencia escolar que permitan un mejor desarrollo de los niños y niñas y también mejores aprendizajes? Son varios los responsables que debieran hacer esto. Los padres y familiares deben conocer mejor a sus niños y niñas y ser capaces de reconocer si son víctimas o victimarios de algún tipo de violencia. La responsabilidad de educar es en primer lugar de la familia y como tal deben asumir este rol tan importante y determinante en el tipo de joven y adulto que ese niño o niña puede llegar a ser. Y si la familia tiene problemas para cumplir este rol hay profesionales especialmente formados para ayudar y orientar a la familia, los profesores, que sin lugar a duda están todos ellos dispuestos y capacitados para trabajar, junto a la familia, el problema.
Pero la escuela tiene también una gran responsabilidad y debe hacerse cargo de estos problemas, en especial cuando mayoritariamente estos hechos suceden en su interior. En especial hoy día la escuela, los directivos, profesores y su personal en general, tienen muy buenas herramientas y de todo orden para tratar adecuadamente esta y otras problemáticas escolares.
Pero lo fundamental, frente a este tipo de situaciones de violencia escolar, la escuela debe plantearse programas integrales que sean capaces de abordar enteramente esta realidad, que puede llega a ser un flagelo para demasiados niños y niñas que son despojados matonescamente de sus derechos fundamentales y de tener una sana y armónica convivencia.
Un programa integral debiera, al menos, contemplar los siguientes elementos: Incorporar al Proyecto educativo y al reglamento interno los elementos de la “gestión de la disciplina clara y justa.” Formación de los profesores en “manejo del aula”. Participación comprometida en la gestión y desarrollo del programa de todos los profesores y personal de la escuela. Incremento de una supervisión basada en la “prevención”, mejoras en infraestructura. Sistema permanente de información, evaluación y focalización de acciones. Programas de mediación o resolución pacífica de conflictos. La incorporación de la familia, en la participación en estos programas, es fundamental.
Finalmente señalar, que una buena estrategia para tener éxito en la implementación de un programa “anti violencia escolar” sería considerar una focalización de niños de alto riesgo apuntando a la prevención, por ejemplo, con programas para todos los alumnos de una escuela o de un curso; o, en otra etapa, con programas especiales para grupos de alumnos con conductas de riesgo; y simultáneamente con programas específicos e individualizados para alumnos de alto riesgo.
(Fuentes y material de consulta: MINEDUC (Comisión de formación ciudadana. Política de convivencia escolar. Material de apoyo para la convivencia escolar (reglamentos de convivencia y resolución de conflictos). Constitución de Consejos Escolares. 600.Mineduc). Adaptaciones de Sprague, J., School-based Interventions for Preventing Juvenile Delinquency, IVDB, University of Oregon, 2004.)
domingo, 16 de marzo de 2008
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